El destino, en ocasiones, nos lleva por caminos que no imaginamos. La vida de Gustavo Tort es un claro ejemplo de cómo un accidente puede transformar por completo la trayectoria de una persona, desafiando sus límites físicos y emocionales, pero también enseñándole lecciones de fortaleza, gratitud y solidaridad.
En 2019, Gustavo vivió una de las experiencias más duras de su vida. Trabajaba en el Ejército Argentino de Tandil, en el Escuadrón de Comunicaciones de la Brigada 1. Su carrera militar le apasionaba; el servicio y el compromiso con su país eran sus motores. En ese momento, había ascendido a soldado de primera, una clase de dragoneante, y su futuro parecía prometedor. Sin embargo, el destino tenía otros planes para él.“Tuve un accidente en el 2019 que cambió mi vida por completo”, relata Gustavo, visiblemente emocionado al recordar aquel día. El accidente ocurrió en la Ruta 29, camino a Cangallo, cuando regresaba de una jineteada. La carretera, mojada y peligrosa, fue el escenario de un choque fatal contra un camión. El impacto fue tan fuerte que Gustavo pasó más de tres meses en coma farmacológico. Las secuelas fueron devastadoras: daños cerebrales, dificultades motrices y la pérdida temporal de muchas de sus capacidades básicas.A pesar de las gravísimas consecuencias del accidente, Gustavo recuerda aquellos primeros momentos tras despertar del coma con una claridad sorprendente. “Sentía que estaba bien, comparado con cómo estaba antes del accidente”, dice, con una mirada que refleja la lucha por la recuperación. La recuperación fue un proceso arduo. Durante varios meses, no podía comer por sí mismo, ni siquiera comunicarse. Había perdido por completo la capacidad de hacer las cosas más simples, como hablar o moverse con normalidad. Es difícil imaginar el sufrimiento que esto conlleva, pero Gustavo lo describe de manera conmovedora: “No se imaginan lo feo que se siente… perder el control sobre tu propio cuerpo, ser consciente de lo que te está pasando y no poder hacer nada por solucionarlo”.A pesar de lo abrumador de la situación, Gustavo nunca perdió la esperanza. En Tandil comenzó su rehabilitación, un proceso que fue largo y complicado. Sin embargo, su historia de lucha tiene un punto de inflexión en un día muy especial. “Recuerdo que un día vine a Ayacucho, llovía, y yo, como un nene chiquito, corría con mis dificultades por la emoción que me representaba”, recuerda con una sonrisa en el rostro. Aquel día, el simple hecho de correr bajo la lluvia, de sentir la frescura del agua sobre su piel, fue un acto de enorme significado para él. “Ese día llegué a la chacra de mi abuela, y agradecía el estar vivo, el poder mojarme bajo la lluvia”, explica. Para muchos, algo tan sencillo como eso podría pasar desapercibido, pero para Gustavo, fue un recordatorio de lo afortunado que era por estar allí, vivo, aunque con secuelas.
Quizás para algunos, esta experiencia parezca trivial, incluso graciosa. Sin embargo, Gustavo nos recuerda una verdad universal: “Quienes pasan por algo así entienden mucho. Valorás los pequeños gestos, esos momentos que antes no tenías en cuenta”. A veces, la vida nos da lecciones en los momentos más oscuros, enseñándonos a valorar lo que realmente importa.
Hoy, tras años de lucha y esfuerzo, Gustavo es un hombre distinto al que era antes del accidente. Su vida ya no se define por el uniforme militar, pero eso no ha detenido su deseo de ayudar a los demás. “Desde mi accidente decidí estudiar acompañante terapéutico. Entiendo que la mejor manera de ayudar a alguien, siendo humano, es desde la humanidad misma”, confiesa. Esta nueva carrera que ha elegido, en cierto modo, es un reflejo de su propia experiencia. La empatía que ha desarrollado por haber sido víctima de un accidente tan devastador lo ha llevado a querer asistir a aquellos que atraviesan situaciones similares.
Su historia es una de superación, pero también de crecimiento personal. En su proceso de recuperación, Gustavo ha aprendido a ser más consciente de su entorno, a valorar cada paso que da, y a reconocer el poder de la resiliencia. Cada pequeño avance, cada gesto de cariño, cada palabra de aliento, le ha dado fuerza para seguir adelante.
Gustavo Tort, un hombre que pasó por lo impensable, hoy es un testimonio de la capacidad humana para resistir y superar las adversidades. A través de su historia, nos invita a reflexionar sobre la importancia de no dar por sentadas las cosas simples de la vida. Nos recuerda que la verdadera grandeza no se encuentra en los logros materiales o en las metas alcanzadas, sino en la capacidad de seguir luchando, de aprender a agradecer lo que tenemos y sobre todo, de extender una mano amiga a aquellos que lo necesitan.
La vida de Gustavo, marcada por un accidente trágico, es hoy una inspiración para muchos. Su resiliencia, su gratitud y su deseo de ayudar a los demás son un ejemplo de lo que significa ser humano.
